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Reseña: “Mary Poppins Returns”

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Esta es una reseña libre de spoilers. Si aún no has visto Mary Poppins Returns, puedes leerla sin temores.

Tras haber reseñado Bohemian Rhapsody, cerré mi 2018 en el cine con Overlord —si no contamos el hecho de que he vuelto a ver BoRhap otras dos veces (shh, no me juzguen).  Ahora, he decidido que ya era tiempo de volver a la oficina: el mejor asiento de la sala, una pantalla gigante y un bag de popcorn. Y qué mejor manera de empezar mi año cinematográfico que recordando mi infancia con Mary Poppins Returns, la secuela del clásico de 1964.

Es sabido por todos que la cantidad de generaciones que han crecido con las canciones de la primera aventura de la entrañable niñera en el cine es incontable, por lo que, cuando se anunció que tendríamos una secuela, en el público se han generado sentimientos encontrados: la típica reacción que mezcla emoción con cautela. Personalmente, yo no tenía las expectativas muy elevadas hasta que, en una de mis tantas visitas semanales/mensuales al cine, proyectaron el tráiler de Mary Poppins Returns, y se me erizó la piel —cabe aclarar que esa no fue mi primera vez viéndolo, aunque sí lo fue en la pantalla grande. No fue hasta entonces que me di cuenta de que antes no había querido ilusionarme porque lo que sentía era miedo, miedo a que una secuela totalmente innecesaria dañara la idea que tenía de la cinta original y que tan celosamente guardaba. Un miedo que, según he comprobado, ha sido completamente infundado.

Apelar al elemento nostálgico es algo que se hace mucho en este tipo de películas —a veces, de manera excesiva—, pero Mary Poppins Returns parece ser la excepción que confirma la regla. Estamos ante un filme que no se apoya en canciones que ha utilizado su predecesora para lucirse y nos regala una banda sonora —compuesta por Marc Shaiman— completamente original que, si bien no llega a ser tan memorable, es casi tan encantadora como la original. No puedo hablar sobre el doblaje —tengo una estricta regla de ver musicales siempre en su idioma original—, pero he escuchado un par de las canciones en su versión en español latino, y han hecho un muy buen trabajo, incluso teniendo ciertas piezas especialmente difíciles de traducir sin que pierdan su esencia.

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Rob Marshall ha sido quien se ha puesto tras las cámaras en esta carta de amor a la Mary Poppins de 1964, con un guion a cargo de David Magee —por momentos un poco flojo y cuyo clímax se desenlaza de una manera bastante predecible. Para los amantes de la primera película, la fotografía —en esta secuela a cargo de Dion Beebe— es un verdadero deleite, un colorido homenaje que nos lleva en una suerte de viaje en el tiempo. Mis respetos a la producción por decidir mantener el aire retro característica de la cinta original —y con esto me refiero no al año en el que ambas están ambientadas, sino a la atmósfera de caricatura antigua que las dos comparten— y no excederse con el CGI. No recuerdo la última vez que he visto animación hecha a mano —y tan bien— en el cine, así que el detalle se agradece.

El reparto principal lo conforman l̶a̶ ̶p̶r̶á̶c̶t̶i̶c̶a̶m̶e̶n̶t̶e̶ ̶p̶e̶r̶f̶e̶c̶t̶a̶ ̶e̶n̶ ̶t̶o̶d̶o̶s̶ ̶l̶o̶s̶ ̶s̶e̶n̶t̶i̶d̶o̶s̶ Emily Blunt como Mary Poppins, Lin-Manuel Miranda como Jack, Ben Whishaw como Michael BanksEmily Mortimer como Jane Banks, los niños Pixie DaviesNathanael SalehJoel Dawson como los hermanos Annabel, John y Georgie Banks respectivamente, y Julie Walters como Ellen. Además, el filme cuenta con la participación de Dick Van Dyke —alias nostalgia al por mayor— como Mr. Dawes Jr., Colin Firth como William “Weatherall” Wilkins y Meryl Streep como Topsy, entre otros. De entre todos, destacan: por supuesto, Blunt, quien ha sabido llenar los zapatos de Julie Andrews a la vez que le ha dado su toque personal a su versión de la niñera, Miranda —a quien sigo desde Hamilton: An American Musical, si se me permite decirlo—, cuyo personaje rebosa carisma y transmite pura alegría, y —cómo no—, Streep, tan espléndida como nos tiene acostumbrados, a pesar de gozar de tan corto tiempo en pantalla.

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Si hay algo que realmente me ha cautivado de Mary Poppins Returns, es la cantidad de easter eggs que tiene a plena vista. No es necesario que tengas la película original fresca en tu mente como para pillar cada una de las exquisitas —y bastante obvias— referencias que la nueva ni siquiera se esfuerza por esconder. Citando a David Rooney de The Hollywood Reporter, la secuela “está chapada a la antigua, cuya honesta sentimentalidad llena tu cara con una sonrisa y tus ojos con lágrimas, a veces de forma simultánea”, y puedo dar fe de ello.

Lo que quizá pueda generar algo de dudas en los espectadores es que la nueva película es casi un espejo de la primera; exactamente la misma estructura, canciones nuevas pero que son cantadas con el mismo propósito que en su predecesora, coreografías muy similares a las que ya hemos visto en la cinta original… todos estos elementos contribuyen a que la secuela sea vista de dos posibles maneras: o como un homenaje, o como un refrito —lo que me recuerda al eterno debate de si The Force Awakens es o no una descarada copia de A New Hope. Por mi parte —y tal y como lo he hecho con la séptima entrega de la saga de Star Wars en su momento—, prefiero verla como un emotivo y bonito homenaje, que cumple con las expectativas y logra su objetivo: embarcarte en un viaje por memory lane. Y es que son secuelas como Mary Poppins Returns —que demuestran la vigencia de la magia y el encanto de un personaje y cómo este puede continuar impactando de la misma manera en nuevas generaciones, incluso más de medio siglo después— las que realmente valen la pena. ¡Supercalifragilisticoespialidoso!

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Calificación: 7/10.

Si creciste con las enseñanzas de la mágica niñera, no te pierdas el festín de nostalgia que Mary Poppins Returns ofrece. Y, mientras la veas, recuerda: nunca olvides cómo se siente ser un niño. ¡Te dejamos con el tráiler!

https://www.youtube.com/watch?v=0dXPG2wyw80

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